Monitorización
La hemoglobina glicosilada A1c (HbA1c) debe controlarse al menos dos veces al año en pacientes con diabetes que cumplen sus objetivos glucémicos, o trimestralmente (4 veces al año) en pacientes que han cambiado recientemente de tratamiento farmacológico y/o que no cumplen los objetivos glucémicos.[1][47]
Controle la presión arterial (PA) en cada visita al médico de cabecera, o al menos cada 6 meses.[1]
Revise los niveles séricos de creatinina y potasio entre 7 y 14 días después de iniciar el tratamiento con inhibidores de la ECA, antagonistas de los receptores de la angiotensina II o antagonistas de los receptores mineralocorticoides, o después de un cambio de dosis, y vuelva a comprobarlos periódicamente en cada visita al médico. Según el mismo calendario, compruebe el potasio sérico en pacientes que toman diuréticos.[1]
Los lípidos deben controlarse en el momento del diagnóstico de diabetes y después anualmente y puede que sea necesario hacerlo a intervalos más frecuentes en pacientes que reciben estatinas u otro tratamiento hipolipemiante para comprobar los objetivos del tratamiento.[1][136] Una monitorización menos frecuente de los lípidos puede ser adecuado para pacientes con un riesgo cardiovascular menor (p. ej., menores de 40 años y que no toman estatinas ni tratamiento hipolipemiante).[1]
En personas con enfermedad renal diabética (ERD) establecida, se debe monitorizar la albúmina urinaria (p. ej., la relación albúmina/creatinina [RAC] en una muestra puntual de orina) y la tasa de filtración glomerular estimada (TFG estimada) entre 1 y 4 veces al año, dependiendo de la fase de la enfermedad.[1] La American Diabetes Association (ADA) recomienda un objetivo terapéutico de al menos un 30 % de reducción de la albuminuria con respecto al valor inicial, o una RAC <300 mg/g, para ralentizar el avance de la enfermedad renal y mejorar los resultados cardiovasculares.[1]
Cuando la TFG estimada es <60 mL/min/1.73 m², está indicado el cribado de las complicaciones de la enfermedad renal crónica (ERC), como hipertensión, sobrecarga de volumen, desequilibrio electrolítico, acidosis metabólica, anemia y enfermedad ósea metabólica.[1] La frecuencia de monitorización depende de la fase de la ERC.
Se debe considerar la derivación a un nefrólogo si un paciente con diabetes tiene niveles de RAC en orina en continuo aumento y/o TFG estimada en continuo descenso, si existe incertidumbre sobre la etiología de la enfermedad renal, por problemas de manejo difíciles (anemia, hiperparatiroidismo secundario, aumentos significativos de la albuminuria a pesar de un manejo adecuado de la PA, enfermedad ósea metabólica, hipertensión resistente o alteraciones electrolíticas), o cuando hay enfermedad renal avanzada (TFG estimada <30 mL/minuto/1.73 m²) que requieren una conversación sobre el tratamiento sustitutivo renal para la enfermedad renal terminal.[1] Consulta con un nefrólogo cuando se desarrolla una enfermedad renal diabética en estadio 4 (TFGe <30 ml/minuto/1.73 m²) reduce el coste, mejora la calidad de la atención y retrasa la diálisis.[1]
La enfermedad renal diabética avanzada está asociada con la retinopatía diabética debido a la enfermedad microvascular. En los EE. UU., el cribado para detectar la retinopatía diabética se recomienda en el transcurso de los 5 años posteriores al diagnóstico inicial de la diabetes en los adultos con diabetes de tipo 1, en el momento del diagnóstico para los adultos con diabetes de tipo 2, y posteriormente, 1-2 años a partir de entonces si no hay evidencias de retinopatía.[1] Puede ser necesario un seguimiento más frecuente (p. ej., anualmente) si los hallazgos son anormales.[1] En el Reino Unido, la detección de la retinopatía se ofrece en el momento del diagnóstico, luego cada 1-2 años, a todos los pacientes con diabetes de tipo 1 o de tipo 2 mayores de 12 años. A los pacientes que se hayan sometido a dos exámenes oculares consecutivos que no muestren signos de retinopatía diabética se les ofrecerá un examen cada 2 años; a todos los demás se les ofrecerá una prueba de detección anual.[236]
En personas con alto riesgo de sufrir crisis hiperglucémicas (por ejemplo, aquellas con deficiencia absoluta de insulina, control glucémico deficiente, otras complicaciones o comorbilidades de la enfermedad, o que toman medicamentos como inhibidores del cotransportador de sodio-glucosa tipo 2), pregunte por episodios anteriores en cada consulta clínica y proporcione información sobre prevención, reconocimiento y manejo.[1]
La ADA recomienda realizar pruebas de cribado, al menos una vez al año o según se indique, para detectar la falta de conciencia de la hipoglucemia y el miedo a la hipoglucemia (p. ej., en personas con mayor riesgo o con episodios graves o frecuentes en el pasado), así como otras preocupaciones psicosociales relacionadas con la diabetes y su control, como la ansiedad, la depresión y los trastornos alimentarios.[1]
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